hay que quitar esa versión de que los españoles nos exterminaron, cuando en realidad somos el resultado de la mezcla entre indígenas e hispanos
por Vicente Tlachi
Casi todo mexicano relaciona a los tlaxcaltecas con la traición. Cuando en realidad, también fueron otros indígenas los conjurados. Aunque hay especialistas que sostienen la siguiente hipótesis: aprovecharon la oportunidad que el destino les ofrecía para quitarse de encima el yugo azteca o mexica.
Además, se nos metido en la cabeza que los españoles vinieron a hacer un genocidio en América, reduciendo a los indígenas a la esclavitud, imponiéndoles una religión y la Inquisición los torturó hasta la muerte. Cuando, bien mirado, hay que tener en cuenta que el indígena estaba en desventaja frente al español; nomás en cuestión de armamento, mientras el español traía arcabuces (unos fusiles que tardabas hasta tres minutos en cargarlo, pero efectivo para matar), cañones, barcos y caballos, los indígenas vestían taparrabos y llevaban garrotes con incrustaciones de obsidiana; por si fuera poco, la alimentación hispana tenía un mejor repertorio proteínico (como res, cerdo, cabra u oveja), en tanto la indígena estaba conformada por insectos, tortilla y maíz, (solo en grandes ceremonias es como comían peces, venado y hasta carne humana).
En la escuela primaria, si acaso también en la secundaria y preparatoria se nos ha enseñado una visión edulcorada del pasado, donde se nos ha hecho ver como unos chingones a los indígenas del pasado, es decir, como grandes constructores de pirámides, bien organizados en barrios y que todos vivían en santa paz. Esta visión ha servido para que algunos engreídos vean a los indígenas de nuestro tiempo como unos huevones.
Cuando Hernán Cortés venció a los totonacos en Zempoala, el cacique o gobernante indígena de aquella ciudad reveló una verdad interesante. Ellos creían que los españoles o blancos deberían recibir el tributo por ser representantes de Quetzalcóatl, y no los mexicas. Cortés, nada tonto, les diría que se le unieran y así quedarían eximidos. Misma situación pasaría con los totonacos del centro de la actual Veracruz y del Norte del Estado de Puebla. Sin embargo, al llegar a Tlaxcala las cosas se complicaron.
Mientras los jefes tribales (cuatro para ser precisos) vieron con buenos ojos aliarse con los hispanos porque podían librarse de las guerras contra los mexicas, un joven guerrero llamado Xicoténcatl se mostró reacio a recibirlos y les dio pelea, siendo derrotado dos veces. Entonces, su padre, Xicoténcal, el viejo, le ordenó cesar las hostilidades porque él y los restantes tres señores de Tlaxcala veían con buenos ojos la alianza. Cortés haría un pacto con ellos: el reino de Tlaxcala no pagaría tributos una vez establecida la corona española, y conservarían su forma de vida y tradiciones, pero con la seguridad de que participarían en expediciones de reconocimiento en territorios por explorar (dicho de otra manera, los tlaxcaltecas serían la base para el surgimiento de nuevas ciudades en el México después de la Conquista).
Cuando Cortés entró a Cholula no tuvo resistencia. Moctezuma había enviado la orden de recibirlos como huéspedes. Fue tanto el asombro de los hispanos que vieron 300 templos dedicados a distintos dioses una vez establecido el campamento en el espacio que hoy ocupa la Plaza de la Concordia. Sin embargo, entre tlaxcaltecas y totonacos surgió el rumor de que los indígenas cholultecas estaban preparando una emboscada. Cortés le pidió a los jefes tribales, Tlachiatl y Aquatl que reuniera a todos los guerreros para tener una plática en sana convivencia. Y tal como me lo contó mi abuelo Ricardo hace muchos años: Apenas estuvieron reunidos los 3000 guerreros cholultecas, Cortés ordenó atacarlos. Y fue una pelea entre indígenas, aunque de vez en cuando participaban los blancos, una pelea donde vino un fuerte aguacero y ni así paró la pelea; y cuando todo terminó, la sangre se mezcló con el agua; todos vieron ríos de sangre.
La matanza de Cholula fue un golpe anímico a la personalidad de Moctezuma, que salió a recibirlos con los brazos abiertos y les dio hospedaje en calidad de dioses. Hubo gente que le gustó y otros no tal convivencia. Pero dos cosas obligaron a Cortés a apresar a Moctezuma: la primera fue el envío de unas cabezas de caballo y de hombres por parte de una guarnición mexica ubicada en lo que hoy conocemos como Nautla, tal envío llegó con el siguiente recado: ellos no son dioses, ellos sangran; y la segunda fue la posible alianza entre Moctezuma y Xicotencal, el joven (al que mandó a asesinar).
Tras la muerte de Moctezuma y el ascenso de Cuitláhuac, la alianza indígena jamás prosperó a pesar que el nuevo emperador prometió a los tarascos o purépechas la exención de tributos. Tampoco pudo aliarse con los mixtecos (y aunque hubiera sucedido la alianza, la distancia entre Mitla y Tenochtitlan era enorme). Por si fuera poco, la viruela empezó a hacer estragos con la gente. Así que Tenochtitlán fue quedando sola. Para colmo de males, Cuitláhuac moriría de viruela. Su relevo sería Cuauhtémoc.
Cortés aprovechó las circunstancias para asediar a la ciudad por el agua y por tierra. Cortó el acceso a la ciudad, o sea, mandó a destruir las cuatro entradas. Tenochtitlán quedó sin comida y consumida por la viruela, además que sería bombardeada por los cañonazos desde el agua (Cortés había mandado a construir unos barcos). Además, obligó a las poblaciones alrededor del lago, poblaciones aliadas a los aztecas a someterse a su yugo.
Llegado el mes de agosto de 1521, las tropas de Cortés empezaron a avanzar sobre la ciudad, sobre todo las tropas indígenas, que apenas miraban a algún azteca escondido entre los escombros y los cadáveres, buscaban acabar con él. En el transcurso de los días, terminarían muertos cerca de 15 mil mexicas. Cuauhtémoc y su gente resistían en una sección de la ciudad que no había caído aún. Al ver próxima la derrota, su consejo de nobles le impelió a emprender negociaciones de paz con los españoles. Los últimos cientos de canoas de guerra mexicas fueron echadas al agua, donde los barcos españoles las interceptaron y las destruyeron. El mismo Cuauhtémoc trató de huir por su cuenta, cargando con su tesoro y su familia en cincuenta piraguas, pero fueron capturados por un barco español. Así, el 13 de agosto de 1521, correspondiente al día 1 Coatl del año 3 Calli del mes Xocotlhuetzi para los indígenas, Tenochtitlan se declaró tomada por fin.
Fue así como surgió la gran nación mexicana. Mezcla de indígenas con hispanos. Realmente es importante reconocer el aporte hecho por los españoles a las culturas indígenas sin caer en posicionamientos extremos (como decir que vinieron a exterminar a los indígenas e imponernos una religión). Tampoco podemos decir que nos hicieron un favor y que fue lo mejor que nos pudo pasar. Pues también cometieron muchos desmanes (que si los anotara acá, llenaría hojas y hojas).
Carlos Fuentes, el inolvidable escritor mexicano, alguna vez pensó en ese detalle de la alianza indígena, una alianza que podría haber sucedido un poco después de la Noche de la Victoria (o la Noche triste para los españoles). Y se imaginó la llegada de los tarascos, los mixtecos y zapotecos a Tenochtitlán; todos llegaron a un común acuerdo, nada de tributos, nada de verse como enemigos y que eso diera pretexto para cazar a alguno de ellos para sacrificarlos a los dioses. Bajo este panorama, los indígenas totonacos y tlaxcaltecas que venían con los españoles recapacitaban y se ponían en su contra. Todos los indígenas quedaban unidos bajo el mando de Cuauhtémoc y Xicoténcatl, el joven, habrían acabado con los 600 españoles ahí mismo en Tenochtlitlán, y los hubieran sacrificado a los dioses.
Pero ahí no acaba la cosa. Carlos Fuentes nos dice en esa historia intitulada: “Las dos orillas”, que muertos los españoles, los indígenas aprendieron a usar el caballo, los arcabuces, la espada y los cañones. Tomaron los barcos y se hicieron a la mar. Llegaron al Puerto de Palos un 12 de octubre. Acabaron con las poblaciones hispanas a su paso. En cada templo católico colocaron una estatua del dios Huitzilopochtli o de Quetzalcóatl y donde había un nicho a la Virgen María, colocaron una estatua de la diosa Coatlicue. Los sacerdotes indígenas bautizaron con nombres aztecas, tarascos o totonacos a los conquistados. Y un 13 de agosto de 1521 el reino de Castilla y Aragón caía en manos de los mexicas y sus ejércitos (al rendirse los reyes católicos). Y así nacía la Nueva Tenochtitlán en suelo europeo.
Es un sueño guajiro. Pero si los indígenas se hubiesen aliado, hoy 13 de agosto de 2021 estuviéramos festejando otra versión de la historia.
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