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AMLO ¿Marrullero?

Alejandro Mario Fonseca

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AMLO ¿Marrullero?
08 nov., 2021
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Ya son tres años, de escuchar día con día las arengas de nuestro Presidente Andrés Manuel López Obrador. ¿Qué digo arengas? Pues claro que sí, eso es lo que son las mañaneras.

Una arenga es un discurso en tono solemne y elevado que se pronuncia para enardecer o levantar los ánimos; especialmente el de carácter militar o político. Pero además, AMLO en sus arengas también suele ser marrullero.

A ver a ver, como que ya estoy abusando de los adjetivos calificativos. Qué es eso de “marrullero”. La primera vez que escuché el término fue de mi amigo Víctor García, en los años 70, quien era un boxeador amateur, entrenado por Kid Rapidez.

Kid Rapidez fue el entrenador del famoso boxeador Mantequilla Nápoles, un refugiado cubano que ya en México, a fines de los años sesenta, llegó a ser campeón mundial de peso welter.

Víctor nos invitaba a verlo pelear en la Arena Coliseo, que sigue estando en el centro de la Ciudad de México. Y cuando le iba mal en la pelea, ya en la cena que nos invitaba, se refería a sus contrincantes como marrulleros, yo entendía el término como mañosos.

Y sí, un marrullero es alguien que engaña, que aparenta amabilidad, buena intención o debilidad para beneficiarse de algo o conseguir cierta cosa. Lo que Víctor quería decir es que aquel contrincante que le ganaba, lo había engañado: él caía en sus trampas, en sus engaños.

AMLO como buen tabasqueño habla mucho

Puede sonar forzado el calificativo para caracterizar al Presidente AMLO, pero su última arenga contra la Universidad Nacional Autónoma de México, me convenció de que “marrullero” es el mejor calificativo. Y el calificativo también se presta para entender por qué el Presidente habla tanto. En seguida me explico.

Resulta que también por aquellos años de principios de los setenta, antes de que me viniera a trabajar a Puebla, entre otros consejos que me dio mi padre, estaba el de “cuídate de las personas que hablan mucho, no son confiables”.

Y ¿a poco no? El Presidente habla mucho. Bueno, quién sabe, quizá no tanto, porque también habla lento. Y es que si hablara de corrido puede que sus discursos fueran más cortos.

Sea como sea, la verdad es que habla mucho, es más habla más de lo que hace; y es mucho decir, porque también hace muchas cosas. Sin embargo, el hecho de que hable mucho no lo hace desconfiable, como aseguraba mi papá; en todo caso mi papá no conocía a los tabasqueños.

Lo que estoy intentando es comprender fríamente los abusos del Presidente, abusa del micrófono, pero lo hace porque así se lo demanda su retórica. Aquella retórica en la que creció como animal político educado en el priismo clásico de los años setenta: el de Echeverría y de López Portillo.

Sobre todo López Portillo, que era un maestro de la retórica. Literalmente embobaba a sus audiencias. ¡Valla! Llegaba al extremo de llorar a la mitad de sus discursos: era un consumado maestro de la retórica, también de la manipulación emocional.

¿Un pugilista marrullero?

Pero regresemos al caso al que quiero referirme para redondear mi crítica. ¿Cómo entender la arenga del Presidente contra la UNAM? Todo empezó con la denuncia (queja o no sé cómo llamarle) en la que el Presidente tachaba (si, le ponía tache) a la Universidad Nacional por haberse “derechizado”, en suma por apoyar al neoliberalismo.

Muchos nos indignamos, tal vez no millones, pero si miles de profesionistas que pasamos por sus aulas y que sabemos muy bien que la UNAM es una institución “sagrada”. Si, sagrada, sé que es un término ligado a la religión. Sin embargo, también, al igual que él cristianismo, es un concepto que apunta a la fe en el progreso.

Y es que en el fondo del asunto no se trata nada más de fe, sino que la UNAM, contra viento y marea, ha cumplido con sus fines, con su gran contribución a la modernización de nuestro país.

Entonces el Presidente AMLO después de hacer fintas tramposas (verdades a medias), se fue con todo para destruir a su contrincante. Muchos no nos percatamos de la trampa y protestamos, pero muy pronto el Presidente “sabiamente” corrigió su arenga y aclaró todo.

Y así fue que como buen pugilista marrullero el Presidente se fue contra el ex rector José Narro. En síntesis, nos hizo acordarnos de que José Narro Robles es uno de los ex rectores de la UNAM que conserva un gran poder en esa institución.

Y si, según han señalado muchos universitarios y ahora el propio Presidente López Obrador, Narro es una especie de mafioso que detenta el poder administrativo sobre nuestra máxima casa de estudios, es decir influye en el control de un enorme subsidio gubernamental.

 Y además es uno de los exfuncionarios de la Universidad que ha formado parte de distintos gobiernos del PRI, partido en el que militó por más de cuatro décadas y el cual abandonó luego de no poder hacerse de su dirigencia nacional.

Privilegiar la administración del poder

Más allá de la ironía de la bronca entre boxeadores, hay que reconocerle al Presidente su gran colmillo maquiavélico. Puede ser que se haya educado en la antesala de la ciencia política moderna, pero sin lugar a dudas su larga experiencia le permite estos excesos.

AMLO sabe muy bien que el Estado es una construcción artificial de los seres humanos para evitar su extinción y para facilitar la convivencia social. Maquiavelo fue el primero en enfatizar que la tarea más importante del “buen líder” es la de asegurar el funcionamiento real y humano de la vida política.

Y esto último no es poca cosa ya que demanda, como la primera obligación del líder, centrarse en los valores morales y en todo tipo de ideologías (según el carácter convencional de la época), para darle funcionalidad a su mandato privilegiando la administración del poder.

Esto es la originalidad de Maquiavelo: mostrar que el Estado y cualquier organización humana sujeta a la acción política están guiados por leyes coercitivas a cargo de líderes que saben asumir el peso del mando y las responsabilidades que otros, por miedo o prejuicios morales, no se atreverían a aceptar.

En el mundo de la política no hay nada tan endeble como el poder que se apoya sobre sí mismo: en consecuencia, el deber moral y profano de todo líder sería la razón de Estado y su estabilidad.

Bibliografía: Lo profano y la fuerza de la inmoralidad en la política; Franco Gamboa Recabado. Publicado en Maquiavelo (una guía contemporánea de lectura sobre lo político y el Estado); Israel Covarrubias; Taurus; México; 2017.

 

 


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