la sociedad se está dividiendo entre los chairos y los conservadores. Eso puede ser el detonante de una pelea sin sentido
por Vicente Soriano Tlachi
En México existe un clasismo confundido con racismo, y para colmo de males un racismo ligado con el clasismo. El problema es tan histórico que hablar sobre ello es tratar de dividir el país en el que todos, según advierte la constitución, somos iguales. Lo cierto es que existe una discriminación racial entre blancos, morenos, indígenas y afromexicanos, como también un clasismo entre ricos y pobres que se ha venido agudizando desde que Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia de la República.
Antes de ganar las elecciones del 2018, los seguidores de Andrés Manuel ya eran tildados de Chairos, como un modo de discriminar, descalificar y relegar su filiación hacia la izquierda. Pero hoy en día el término tiene otras connotaciones de índole despectivo y clasista, así un chairo es sinónimo de jodido, maleducado, ignorante, morenaco; ¡vaya!, ya ni siquiera se le llama amlover, y la palabra amlover ya se está convirtiendo rápidamente en sinónimo de chairo; y si se trata de una persona con estudios académicos o un microempresario, y el color de su piel es blanco, lo más seguro es que le trate con lástima y se le indique que “ya le hicieron un lavado de cerebro”.
Sin embargo, si buscamos el origen cultural de la palabra, bien podría quedarles a aquellos individuos que (gracias sus propiedades, empresas, dominio de lenguas extranjeras, viajes al extranjero, joyas, carros últimos modelo) se creen superiores de los simpatizantes de López Obrador, incluso se creen superiores que el presidente.
Un sinónimo de la palabra masturbación en México es La chaira o La chaqueta; y si una persona tiene cierto alucine por una mujer guapa o por un mejor estilo de vida, se dice que ya se hizo una chaqueta mental. Entonces, un chairo es alguien que no ve la realidad tal cual es y cree que los problemas serán resueltos por un agente externo. Con razón, cuando Andrés Manuel perdió de forma extraña las elecciones del 2006 y exigió aquello de “voto por voto, casilla por casilla”, y sus simpatizantes establecieron un plantón sobre el Paseo de la Reforma, en los medios de comuni-cación empezó a aparecer el término chairo”. Curiosamente, éstos encontraron esa otra palabra para responder a sus adversarios: los llaman “derechairos”. La división entre los simpatizantes de la derecha e izquierda se percibe en el rencor (y desde el 1 de julio del 2018 se vienen lanzando mensajes en redes sociales como el siguiente: “ganó la ignorancia, el analfabetismo, la medio-cridad y la pobreza”), y el rencor dio paso a la distinción. Los derechistas se creen los buenos, así como los personajes de las telenovelas (que alimentaron el imaginario colectivo durante muchos años las producciones ven como villanos a los izquierdis-tas, que en las telenovelas aparecen como morenos o prietos, y que básicamente son la servidumbre.
Un derechairo, siguiendo con la definición, sería ese alguien que no ve la realidad tal cual es y cree que los problemas serán resueltos por un agente externo (llámese golpe de estado, renuncia o muerte del presidente). Un derechairo o fifí niega esa realidad donde más de 30 millones de mexicanos votaron por un cambio en el estilo de gobernar, y mandaron en segundo y tercer lugar a la dupla PRI-PAN. Un derechairo o fifí cree que si AMLO sigue gobernando este país hasta el término de su mandato quedará al mismo nivel que su ayudante doméstica –dícese “la chacha” – y quedará prieto y feo. De ahí que en una de las marchas de los fifís haya aparecido una cartulina con la siguiente frase: “Quiero un lugar donde mis sirvientas no sean mi autoridad”. Es decir, al presidente se le ve como un criado que no debería estar gobernando este país.
No obstante, y bien mirado, hay que reconocer que Andrés Manuel López Obrador ha sido el gran culpable de la polarización de la sociedad mexicana. En medio de esta crisis económica y social provocada por la pandemia del covid, con sus declaraciones a dado lugar a una nueva dialéctica: los que están a favor de su “cuarta transformación”, que identifica como “liberales”, y los que se oponen a ella, señalándolos de “conservadores” y miembros de la “mafia en el poder” y por ende, corruptos, y bajo este estigma ha denostado a periodistas, intelectuales y empresarios. Por eso, cuando Enrique Krauze, junto con los demás intelectuales, señalaron en un desplegado que el presidente está yendo hacia un estilo de gobierno autoritario y dogmático, su respuesta fue una declaración de guerra: “no cabe duda que vivimos tiempos interesantes. Sea por interés o por puro coraje, los conservadores que fingían ser liberales por fin se están quitando la máscara”. En lugar de abrazos, el presidente respondió con balazos.
La presidencia de AMLO despertó no solo al Tigre (es decir, el pueblo), despertó el sentimiento de clase en la gente que, de alguna u otra manera, son ricos, de piel blanca, guapos, de cuerpos estilizados y hablan al derecho y al revés el inglés. Tanto ricos como pobres han visto en el rencor, el odio y el desprecio un arma de combate ideológico. Curiosamente, quienes ahora se manifiestan son los ricos, ¿será que sí eran corruptos, que sí hacían facturas falsas y desean volver a ese estilo de vida disfrazada de privilegios y donde al final de cuentas, vivieron privilegiados, mientras el pobre se jodía a vivir al día? AMLO pidió abrazos, pero con sus declaraciones, está aleccionando la división y encono, mismo que será útil para las elecciones intermedias. El PAN y el PRI, lejos de fomentar un ambiente de fraternidad, ven como enemigos a los amlovers, cuando buena parte de ellos fueron gente que dio un voto de castigo. En realidad, los panistas y priístas solo quieren llegar al poder y perpetuarse hasta pudrirse, quieren sus privilegios, y solo ven al pueblo como su pretexto para hacer válido su ascenso.
Federico Navarrete advierte en su libro, Alfabeto del racismo mexicano: “el racismo no es alimentado tanto por el odio como por el desprecio, por un desdén incuestionable y pertinaz contra quienes tienen la piel más oscura y son más pobres, por la ignorancia deliberada que nos impide reconocer lo que pueden pensar y valer quienes no pertenecen a las élites blanqueadas que se imaginan superiores y dueñas de la verdad”.
El presente texto salió publicado en la Revista Unnimedios correspondiente al mes de julio del 2020