Arturo Romero Garrido
Con la publicación del libro “El dilema de Estados Unidos” en el año 2004 por parte del ex asesor de seguridad nacional y maestro de la geopolítica Zbigniew Brzezinski el polaco estableció una clara declaración de intenciones en la cual enumeraba las principales dificultades que enfrentaría Estados Unidos en los años siguientes, al tiempo en que proponía cómo lidiar con ellos.
No pasó desapercibido para todos los lectores que el gran dilema -planteado por Zbigniew respecto a Estados Unidos- consistía en reconocer la necesidad de cambiar el paradigma del poder norteamericano; cambiar el dominio global por el liderazgo mundial.
La hipótesis central señalaba que, debido al ascenso económico y militar de otros países en el escenario mundial la élite supranacional norteamericana tendría que dejar de asumirse como los amos absolutos del mundo en un futuro no muy lejano.
A cambio, el liderazgo que podía ejercer Estados Unidos en diferentes campos como la ciencia, educación y cultura, les permitiría seguir ejerciendo una superioridad moral sobre los demás.
Se trataba por tanto de un cambio de concepción trascendental y que a muchos de sus seguidores sorprendió en aquel momento ya que tan sólo cinco años antes (1997) el escritor había publicado el libro “el gran tablero mundial” en el cual consideraba a Estados Unidos como un imperio sin competencia alguna.
Entonces, ¿qué hizo cambiar de opinión al geoestratega?
Recordemos que de los años 1990 al 2000 la economía estadounidense había tenido un repunte importante la cual llegó a registrar un crecimiento económico del 4% durante los 8 años de la administración de Bill Clinton en la Casa Blanca.
Basta con observar que en el año 2000 el PIB de Estados Unidos era mucho muy superior al del resto de los países, en donde Japón que era su principal competidor, ocupaba un muy lejano segundo lugar con un PIB que no llegaba ni a la mitad de la norteamericana.
Eran tiempos de bonanza auspiciadas por el impulso económico que la globalización había traído consigo.
En el caso de Norteamérica el proceso de globalización se había concretado con la firma del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos (los más interesados en el tema), Canadá y México.
Hoy sabemos que fue en una reunión del conocido Club Bilderberg donde el multimillonario David Rockefeller encomendó a Bill Clinton, entonces gobernador del estado de Arkansas, continuar con el proceso de globalización en el mundo a cambio del apoyo financiero, económico y político necesario para que éste llegara a la Casa Blanca.
En el año en que se publicó “el gran tablero mundial” daba la impresión de que todo iba viento en popa, situación que los llevo a creer que su poder sería incontestable e interminable.
Se podía percibir una mezcla de superioridad, arrogancia y presunción en el contenido de aquel libro.
Sin embargo, las relaciones de poder entre países son dinámicas y cuando se cometen errores estratégicos, éstos suelen pagarse a un costo altísimo.
Con la llegada al poder de George Bush en el año 2000 después de ganar una de las elecciones más ajustadas y controvertidas de la historia de Estados Unidos se produjeron dos acontecimientos que cimbraron el poder norteamericano.
Por un lado, la guerra contra Irak impulsada por la dupla de halcones Rumsfeld-Cheney y con la anuencia de Bush llevó a los Estados Unidos a una batalla que no tendría fin.
Los únicos que se resultaron beneficiados serían los contratistas de defensa encargados de la venta de armas y del envío de tropas privadas, también la industria del petróleo obtendría ganancias multimillonarias, pero, ¿y los demás sectores de la economía?
Zbigniew Brzezinski entendió que una guerra de esa naturaleza representaba un error geoestratégico puesto que desviaba la atención de su verdadero objetivo; contener a China y Rusia.
Al respecto señaló que: “el enfoque es estratégicamente vacío y tácticamente inútil” y que de seguir se corría el riesgo de perder la superioridad que se tenía…y así fue.
El segundo elemento que vendría a trastocar el poder norteamericano sería la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio.
Y es que, con los Estados Unidos completamente empantanado en medio oriente, China no tuvo obstáculos para aprovechar al máximo su entrada a la OMC y llenar al mundo de todo tipo de artículos.
Así, el acelerado ascenso económico del país asiático no pasó desapercibido para Brzezinski quien visualizó que el poder económico de los dos países estaría a la par en cuestión de 30 años.
Conforme avanza el siglo XXI a los Estados Unidos le cuesta cada vez más imponer su voluntad. ¡Vaya dilema debe ser el cambiar el dominio global por liderazgo mundial!