Arturo Romero Garrido
Gobierno de minorías en USA
Regresando de unos cuantos días de descanso – que tanta falta me hacían- de la ciudad de Las Vegas me resulta inevitable abordar el sentir ciudadano que tienen los norteamericanos sobre la política en su país, o, por lo menos el sentir de aquellos con los que tuve oportunidad de dialogar en la última semana.
Seguro que la muestra, es decir, el número de personas consultadas fue pequeña pero muy significativa en cuanto a su contenido.
Y es que todos coindicen en que el ambiente político de su país está experimentando un incremento en la polarización sobre su sistema de gobierno.
Dicho de otra manera, los ciudadanos comienzan a cuestionarse de manera muy seria si la democracia establecida en su país en forma de bipartidismo –demócrata y republicano- continúa siendo eficiente para enfrentar y solucionar los grandes problemas nacionales.
Además de poner en tela de juicio la transparencia del proceso democrático en sí mismo, asunto alimentado en gran medida por el amago de la toma del capitolio por parte de simpatizantes de Donald Trump.
En realidad, el sentido de polarización de las personas resulta inevitable cuando ve que en su entorno comienzan a acumularse una serie de problemas endémicos que parecen no tener solución y en donde el factor económico se antepone sobre todos los demás.
De acuerdo a datos estadísticos de Pew Research Center la última vez que los ciudadanos norteamericanos avalaron al gobierno de su país de forma considerable fue durante los 8 años de la administración de Bill Clinton.
No es coincidencia que el buen crecimiento económico de Estados Unidos en esos 8 años de gobierno fuera lo que originara tal aceptación.
Pero a partir del año 2000 todo comenzó a cambiar.
Su poder económico-industrial, antes incontestable, dio muestras de lo que a la postre sería una tendencia negativa en gran medida por el avance que desde aquel entonces mostraba China en la conquista de los mercados globales.
Por su parte, las instituciones encargadas de establecer la Ley, la transparencia y la estabilidad interna de la nación -aquellas que por tantos años presumieron como ejemplo de todo país democrático moderno- se transfiguraron en un tipo de garrote político voluble a las encomiendas de sus controladores en turno.
Hoy pocos son los norteamericanos que ponen en duda que el expresidente Donald Trump, por muy mal que les caiga el personaje, está siendo sujeto a una persecución política sin precedentes en la historia de su país.
Coinciden en que el establishment a través de diferentes instituciones públicas está metido de fondo en el proceso electoral con el objetivo único de descarrilar las aspiraciones del expresidente en el próximo año.
¡No saben el daño que están generando en el sistema democrático de su país ¡
Por cada intento que realizan por inhabilitar a Trump suben en automático la intensidad del conflicto y, a la vez, alimentan la polarización del electorado.
Es que simplemente no ven la paja en el ojo ajeno.
En México el uso faccioso de las instituciones en contra del entonces jefe de la ciudad de México –AMLO- produjo el efecto contrario al deseado por los perpetradores, generando una crisis de gobernabilidad en el país y erigiendo a Andrés Manuel como víctima de un complot por parte de la mafia en el poder.
Por otro lado, recientemente fue publicado en la primera página del diario The New York Times los resultados de una encuesta a nivel nacional donde se le preguntó a la gente su opinión sobre la vida política del país.
El resultado –como era de esperarse- fue desastroso, los datos muestran claramente un repudio generalizado a la clase política de su país.
Pero eso no es todo, lo más preocupante es que llegan a la conclusión de que Estados Unidos ha fallado como nación…ufff.
Esto quiere decir que los ciudadanos norteamericanos, cada vez más conscientes y críticos, observan como la democracia bipartidista se ha convertido en los hechos en un gobierno de minorías donde lo único que importa es la salva guarda de los intereses particulares.
Y ya sabemos que en un sistema donde los beneficios de unos cuantos se anteponen sobre el interés general, la desigualdad está garantizada y, por tanto, sentencia su futuro.
El término de mi breve tour por Las Vegas me ha dejado la siguiente reflexión; construcciones emblemáticas como la presa Hoover son el legado de aquellos líderes que sí hicieron bien el trabajo, los que colaboraron de manera decidida para hacer grande a Norteamérica.
Entonces, ¿en qué momento arribará a la administración federal norteamericana un estadista que dé un giro a la política interna del país y diseñe un plan de infraestructura ambicioso que conlleve a la construcción de grandes proyectos que generen empleo, bienestar social y conformen la base para generar nuevamente mayor competitividad empresarial?
Veremos y diremos…
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