un influencer es una persona que, desde una posición particular, influye sobre otros, sobre todo si esos otros son sus seguidores.
Por Vicente Tlachi
La internet cambió nuestra forma de ver y ser en el mundo después del 2000. Un mail economizó ese asunto de enviar cartas a través del servicio postal. Comprar un disco dejó de ser un problema para el bolsillo si lo bajabas desde Naspter o Ades. Facebook nos enlazaría con quienes habíamos dejado de ver en años. Fue por esas fechas que You Tube dejaría de reproducir videoclips de los cantantes y grupos favoritos para permitir la reproducción de videos hechos por personas comunes y corrientes. Sin embargo, un buen día a alguien se le ocurrió subir la caída de Edgar y todo mundo carcajeó con sus lamentos: ¡ya wey!, pinche pendejo, pinche bato. Edgar se convirtió en un héroe cómico. Pero la persona que subió el video, ganó seguidores y el público pedía videos de situaciones chuscas.
En la época anterior a la internet los niños querían ser médicos, futbolistas o astronautas. Después del video de Edgar, querían ser youtubers. Internet hizo a un lado a la sociedad televisiva para darle lugar a la sociedad del espectáculo. Los youtubers con mejor ranking se convirtieron en los generadores de entretenimiento. El problema es que ese entretenimiento a veces rayaba en lo absurdo. Mariana Rodríguez, por poner un ejemplo más reciente, creó videos frívolos y tontos (como ese de los tennis fosfo), pero fueron esos videos los que permitieron que Samuel García, su esposo, ganara la gubernatura de Nuevo León.
A los youtubers con mejor ranking se les conoce como Influencers. La palabra deriva del verbo influir, es decir, producir sobre alguna persona cierto efecto o ejercer predominio. Por deducción, un influencer es una persona que, desde una posición particular, influye sobre otros, sobre todo si esos otros son sus seguidores. El influencer con un mayor número de seguidores, se vuelve tendencia en You tube (es decir, sus videos aparecen a la vista apenas entras a la red) y hasta terminan ganando el botón de plata, oro y diamante si superan cierto número estipulado de seguidores y vizualizaciones, además que ganan patrocinadores.
A inicios del mes de julio la policía detendría a Yoseline Hoffman, mejor conocida como YosStop, por posesión de pornografía infantil. En realidad, la detención se la había ganado a pulso, pues años antes había publicado un video que título “patética generación”, en donde relató los pormenores de una vejación sexual infrigida por cuatro muchachos menores de 18 años a una jovencita que la influencer llamó “puta” y otros epítetos más, que no solo la denigraron, sino que la revictimizaron. Si el juicio progresa, YosStop vivirá diez años encerrada tras las rejas y todo por decir en su canal de You Tube que tenía el video. En torno a los violadores, hasta donde se sabe, uno de ellos que estaba a punto de volar para Miami fue detenido a finales de este mes de julio en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Más allá de tacharme de anticuado, sería bueno que todos hicieran el ejercicio que yo hice. Buscar el canal de YosStop para saber qué tan informativo e instruccional era su canal. En lo personal visualicé cinco videos de Yoselin para que dejara de ver los demás y comprobara eso que sostengo: una persona que se la pasa diciendo groserías y denigrando a los demás, no solo carece de argumentos sino también de ética. Basta con echar un vistazo en You tube para dar cuenta que el Escorpión dorado, El Ezequiel, Juan Pa Zurita o Badabum, , entre otros generadores de contenido saben como entretener a sus seguidores con contenido chatarra donde en cada minuto hablado lo que brilla es un lenguaje florido cargado de groserías. Eso no es libertad de expresión. Eso es violencia verbal. YosStop era experta en el mercadeo de cosméticos, y al promocionar ciertas marcas, pues recibía una paga. Y sus recomendaciones sobre maquillaje y ropa atrajeron a varias jovencitas manipulables. Por ende, sus comentarios sobre la violación de Ainara (la chica protagonista del video, “Patética generación), provocó que muchos jóvenes pensarán como ella y revictimizaran a la víctima.
Por supuesto, me gustaría ser un influencer. Sin embargo, me irritaría que alguien cortara una parte de mis videos para burlarse de mi forma de hablar o se detuviera en algún detalle de mi rostro y cuerpo para ridiculizarme, o peor aún se burlaran de mi apellido porque casi siempre lo uso como mi nombre (porque es muy común que encuentre gente ignorante que, bajo la impronta de la gracia, asocia el apellido Tlachi con Tlacuachi, cuando en realidad refiere al nombre del último tlatoani o emperador de Cholula y que murió porque no quiso adorar la cruz, y sus descendientes fueron honrados en usar su nombre como apellido). Por supuesto, mi forma de influir sería en cuestiones de libros (novela y cuento), historia de México y del Japón.
Hay personas en nuestra vida diaria que sí merecen tener un reconocimiento como verdaderos influencers y son gente sin cuenta de Tiktok, Instagram o canal de You Tube. Su ausencia sería un desquiciamiento social y cultural en todos los ámbitos. Nosotros podemos prescindir de la presencia de actores, modelos, estrellas en los deportes; no estoy indicando que sean malas personas, solo que no debemos glorificarlas, mientras menospreciamos a las personas que sí vale reconocer con el pulgar arriba, porque sí tienen algo en común con nosotros y porque nos han sacado del apuro en algún momento de nuestra vida.
Finalmente, no hay mejor influencer que uno mismo Por supuesto que podemos tener la guía o influencia de personas que de alguna manera tienen cierto grado de experiencia y sabiduría. Pero quien está en el volante de la vida es uno mismo. Influir sobre otras personas debe contar con una sólida dosis de prudencia, honestidad, veracidad y empatía, y no de odio, rencor y blasfemia.
Un hombre sabio dijo: "por sus acciones los reconocerán". Así de fácil. Así de sencillo es este asunto de influir y ser influyente.
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