Alejandro Mario Fonseca
El pasado viernes 13, a 500 años de la caída de Tenochtitlan, el Presidente López Obrador ofreció un discurso de “reconciliación”. Lo pongo entre comillas porque todo depende quién lo interprete. A mí en lo particular así me pareció; juzgue usted.
Después de afirmar que la conquista española fue un “rotundo fracaso”, dijo (para mi sorpresa y la de muchos) que “no se debe ver a Hernán Cortés como un demonio porque sólo buscaba tesoros y poder”.
Para comprender bien el mensaje, vale la pena desmenuzar la noticia. Sobre la conquista, que oficialmente ahora se debe llamar “Resistencia Indígena”, dijo: “Este desastre, cataclismo, catástrofe, como se le quiera llamar, permite sostener que la conquista fue un rotundo fracaso”.
Y abundó, “de qué civilización se puede hablar si se pierde la vida de millones de seres humanos y la nación, el imperio o la monarquía dominante no logra en tres siglos de colonización ni siquiera recuperar la población que existía antes de la ocupación militar”.
“En suma, la conquista y la colonización son signos de atraso, no de civilización, menos de justicia; sólo pensemos que en nuestro país durante la Revolución, por violencia, hambre y también por epidemias perdieron la vida un millón de mexicanos.
“Sin embargo, en 1930, con sólo 20 años transcurridos, ya se tenía de nuevo la población de 1910”. Y dicho esto remató su alegato considerando el hecho como “una gran lección”.
¿Una gran lección?
Y la gran lección de “la llamada conquista””, fue “que nada justifica imponer por la fuerza a otras naciones o culturas un modelo político, económico, social o religioso en aras del bien de los conquistados o con la excusa de la civilización”.
Y como siempre, ya encarrilado, el Presidente dio cátedra: “Las conquistas, la invasiones, las guerras, siempre serán un riesgo para la humanidad; además del agravio principal, traen consigo afectaciones culturales, sociales y daños colaterales”.
Y cerró su discurso con “broche de oro”: “Suele pasar que la ambición y la tristeza viajan, viven y duermen juntas. Políticos, monarcas y hombres de Estado no deben omitir estas lecciones que surgen de amargas realidades y se convierten en enseñanzas después”.
Y si, amable lector, a primera vista el Presidente nos ofreció toda una cátedra de filosofía política, que es la rama de la filosofía que estudia cómo debería ser la relación entre las personas y la sociedad. Incluye cuestiones fundamentales acerca del gobierno, la política, las leyes, la libertad, la igualdad, la justicia, la propiedad, los derechos, el poder político, la aplicación de un código legal por una autoridad, qué hace a un gobierno legítimo.
¡Bravo!, ¡hurra! Primero, debo señalar que me gusto el afán pacifista y el énfasis en los derechos humanos del mandatorio, sin embargo, en el discurso presidencial, esta vez no es difícil encontrar dos graves errores históricos.
El primero, el más evidente, es de carácter emocional, ya que implícitamente considera a los aztecas, a los mejicas, como un pueblo “bueno por naturaleza”. Cuando la realidad histórica es que vivían del terror y la violencia con los que sometían a los pueblos vecinos de Mesoamérica.
El contexto histórico
El segundo error, tal vez el más delicado, es de carácter científico. El Presidente se formó en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, en la década de los años 70. Es por ello que me sorprende que en aquella época en la que las ciencias sociales se consolidaban como disciplinas de carácter interdisciplinario, AMLO se oriente hacia una interpretación histórica lineal, simplista.
Además, y esto es lo más grave, AMLO omite la interpretación del contexto, que es la gran aportación al estudio de la historia que harían los historiadores franceses de la Escuela de Anales.
Olímpicamente considera que la conquista de Tenochtitlan fue un fracaso, sacándose de la manga, la devastación demográfica que no fue posible recuperar después de tres largos siglos de dominación colonial.
Y su argumento, insisto a primera vista muy convincente es que después de la Revolución de 1910, en 1930 con tan sólo 20 años transcurridos, ya se había recuperado la población de 1910.
¿Dónde está la trampa? Pues en el contexto histórico, específicamente en las condiciones sanitarias de la época colonial, que eran medievales.
Hay que recordarle a AMLO que La historia de la vacunación en México se remonta a 1804, cuando se introdujo la inoculación contra la viruela y que no fue sino hasta fines del siglo XIX, cuando se contó con vacunas contra la rabia, la polio y la tuberculosis.
¡Aaguass, señor Presidente!
Además, con todo respeto, hay que recordarle al señor Presidente AMLO, que las condiciones sanitarias modernas, no nada más de México, sino de todo el mundo, estaban todavía en ciernes.
No fue sino hasta fines de la dictadura de Porfirio Díaz, cuando en las principales ciudades de nuestro país se construyeron las primeras redes de agua potable y drenaje, muchas de las cuales siguen vigentes, es decir, no se han renovado.
Las condiciones sanitarias durante los tres siglos que duró la dominación española eran deplorables. Y esto me queda muy claro cuando escucho el término ¡aguas! Que es el que utilizamos coloquialmente los mexicanos cuando queremos advertir a alguien sobre un inminente peligro.
Y de dónde procede ese término, pues ni más ni menos que de la época colonial. Lo leí en la Historia de Méjico (si, escrito con “j”) de Don Lucas Alamán. Se trataba de la advertencia que obligadamente tenían que gritar desde las ventanas de las casas, antes de lanzar a la calle los orines y las heces fecales: las condiciones higiénicas eran deplorables.
No fue sino hasta que México pudo contar con vacunas y con condiciones sanitarias modernas, cuando la tasa demográfica se incrementó dramáticamente. Y si, después de la Revolución las familias pudieron darse el lujo de ser muy numerosas.
No me gusta criticar al Presidente, pero lo voy a seguir haciendo, es una obligación de probidad intelectual. No sé si sus discursos son improvisados, no lo creo. No tiene por qué estar en todo, seguro que alguien lo asesora, así que lo que le diría es que cambie de asesores: ¡Aaguass! ¡Cámbielos! porque le están ensuciando su prestigio profesional como científico de lo político y como Presidente.