Seguramente, Donald Trump sea el estadounidense al que más hayamos odiado los mexicanos
Seguramente, Donald Trump sea el estadounidense al que más hayamos odiado los mexicanos --¡y con razón!--. Habría que rebuscar en los almanaques para hallar a alguno que genere animadversión semejante. Trump ocupa un lugar privilegiado en el quinto círculo detrás de la letrina donde hemos confinado a Wilson, a Jenkins o a Donovan y a otros bichos desagradables cuyas ofensas, no obstante, casi parecen niñerías al lado de los agravios que nos ha dedicado el anaranjado.
Las vísceras, sin embargo, no deben condicionar la relación entre México y Estados Unidos. Compartimos con nuestro vecino septentrional una de las fronteras más grandes y porosas del mundo a través de la cual diariamente van y vienen productos valuados en miles de millones de dólares, migrantes y remesas, drogas y armas…
La geografía nos obliga, pues, a tragar un sapo repugnante; a entendernos con un personaje grotesco, de pobres conocimientos geopolíticos y muy malos modales.
(¡Pobre México!)
Para entenderse con Trump, Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray improvisaron una estrategia de appeasement, de apaciguamiento. El último tercio del sexenio peñista fue una faramalla en la que a cada salida de tono del masiosare, el presidente fruncía el ceño y el vice, quien entraba y salía de la oficina oval como Luis por su casa, iba presuroso a sensibilizar al monstruo.
El repudiado tándem presidencial, que localmente no atinaba una, estimaba que era preferible rebajar su dignidad, limpiar la alfombra del vómito ajeno que vérselas negras un par de largos años con Crooked Hillary, quien en una comilona, siendo secretaria de Estado, había advertido a los priístas que solo regresarían al poder sobre su cadáver.
La relación entre Trump y Andrés Manuel López Obrador, al contrario, ha sido bastante más digna; aunque sujeta a los exabruptos del bully, ha sido más cordial, más gentil y, sobre todo, más amigable. Políticamente amigable, quiero decir, porque el presidente-empresario no sabe de amigos ni de enemigos sino de socios. En su bibliografía, un conjunto de obras narcisistas tituladas Surviving at the top, How to get rich o Why we want you to get rich, sobresale The art of the deal, el símil trumpiano de Mein kampf, en el cual el autor expone su axioma fundamental: “Si mi adversario es débil, lo aplasto; si es fuerte, negocio con él”.
Trump, a la sazón, el presidente no hawaiano más votado de la historia de su país, reconoce la fortaleza del muy elogiado Juan Trump, un rompe récords votado por ¡30 millones de mexicanos!, y le trata en consecuencia.
El espaldarazo electoral de López Obrador a Trump la semana pasada fue la penúltima demostración, la más audaz del buen rollo entre ambos, el cual se ha traducido en colaboración en todos los ámbitos, ya sea para utilizar a la Guardia Nacional de muro en nuestra frontera sur, para resolver amistosamente el conflicto con Constellation Brands en Mexicali, Baja California o para hacer pared en la OPEP+ (#RocíoNahleMeRepresenta).
El siguiente punto en la agenda común: restaurar el dominio económico de Norteamérica. Ese tema, luego.