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Redescubriendo la historia: el uso de sustancias psicoactivas en culturas ancestrales

Redacción

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Redescubriendo la historia: el uso de sustancias psicoactivas en culturas ancestrales
27 oct., 2024
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5-Octubre-2024

En 2008, un hallazgo arqueológico en una cueva de los Andes en el suroeste de Bolivia arrojó nueva luz sobre el uso de sustancias psicoactivas en civilizaciones antiguas. En una pequeña bolsa de cuero, que se cree perteneció a un chamán de la civilización Tiwanaku —un imperio precolombino de más de 1.000 años de antigüedad—, se encontraron herramientas rituales y rastros de sustancias como cocaína, psilocina (de los hongos alucinógenos) y los componentes del té ayahuasca. Este descubrimiento ha intrigado a investigadores de diversas áreas, pues ofrece una ventana única a la relación que tenían estas sociedades con las potentes drogas alucinógenas, destacando el papel que jugaban en sus ceremonias y prácticas espirituales.

Este uso de psicodélicos en civilizaciones antiguas muestra una profunda conexión con lo espiritual y lo comunitario, según explica Yuria Celidwen, académica de la Universidad de California-Berkeley. Para las comunidades indígenas del Sur Global, estas sustancias han sido “medicinas espirituales” por siglos, integradas en la vida cotidiana y no limitadas a los rituales. “El uso indígena no sólo tiene que ver con rituales y ceremonias, sino con prácticas cotidianas”, afirmó Celidwen, quien busca revitalizar la sabiduría ancestral de los pueblos indígenas.

En este contexto, los psicodélicos no sólo se usaban como una forma de sanación individual, sino que también fortalecían los lazos comunitarios, como sucedía con el chamán, quien usaba su conocimiento y sustancias sagradas para ayudar a encontrar objetos perdidos y sanar a sus vecinos.

De la medicina espiritual al tratamiento psiquiátrico

Hoy en día, la investigación científica y médica está explorando el potencial terapéutico de los psicodélicos como el MDMA, el LSD, la psilocibina y la ketamina para tratar afecciones psiquiátricas como la depresión, la ansiedad y las adicciones. Albert García-Romeu, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, destaca cómo la psilocibina —un compuesto presente en los hongos alucinógenos— se usa en lo que podrían considerarse terapias de grupo. Estos tratamientos, aunque prometedores, no están exentos de polémica debido a los posibles riesgos.

Osiris Sinuhé González Romero, investigadora de la Universidad de Saskatchewan, sostiene que el uso de psicodélicos se remonta a tiempos mucho más antiguos de lo que la ciencia occidental ha documentado, estimando que el hongo Amanita muscaria fue utilizado en América desde hace 16.500 años, tras la llegada de los primeros humanos por el estrecho de Bering. La evidencia arqueológica, en forma de tallas de hongos, esculturas y códices como el Codex Vindobonensis Mexicanus 1, demuestra que culturas antiguas de Mesoamérica y Sudamérica también emplearon cactus como el San Pedro y el Peyote, cuyos usos se remontan a 8.600 a.C. en Perú y hasta 14.000 a.C. en México.

El misionero franciscano Bernardino de Sahagún también documentó en sus escritos el uso de estas sustancias entre los aztecas, observando cómo, en la década de 1520, los hongos que contenían psilocibina formaban parte de rituales en los cuales se realizaban terapias de grupo. El conocimiento indígena sobre los psicodélicos fue transmitido a Occidente, aunque en una forma fragmentada, y ahora se intenta integrar de nuevo en prácticas terapéuticas modernas.

Revalorando el legado de las plantas sagradas

Este creciente interés en los psicodélicos como tratamientos de salud mental está ayudando a redescubrir y revalorar las prácticas indígenas que por siglos han comprendido el poder de estas plantas para la sanación espiritual y emocional. Para muchas comunidades indígenas, estos “medicamentos sagrados” no sólo tenían fines terapéuticos, sino que representaban una vía para fortalecer la cohesión social y explorar dimensiones espirituales profundas.

El descubrimiento de la bolsa de chamán en Bolivia es solo un recordatorio de que estas prácticas no son nuevas, sino parte de una historia que va mucho más allá de los límites de la ciencia moderna.

 


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