Arturo Romero Garrido
A finales del 2016 el analista Daniel Gros (quien actualmente funge como director del Centro de Estudios de Política Europea) escribió un artículo bastante interesante acerca de las expectativas que estaba generando la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
Era por todos conocidos el estilo personal con el que D. Trump se había conducido públicamente durante toda su carrera empresarial; de naturaleza irascible, implacable en las negociaciones y soberbio en el trato personal, rasgos característicos de un egocentrista.
Pues todavía no tomaba asiento en la silla del águila imperial y su activismo político, aunado a polémicas declaraciones públicas ya provocaban todo tipo de reacciones dentro y fuera de Norteamérica.
Así quedaba advertido en el artículo de Daniel Gros titulado “¿Puede Trump salvar al Euro?
En resumen, el planteamiento general del artículo era el siguiente; la Unión Europea estaba atravesando momentos difíciles originados por un pronunciado letargo económico en la región, y por la inminente salida del Reino Unido de la Unión Europea después del referéndum que se había llevado a cabo ese año.
Para estabilizar la Unión Europea era fundamental “tener crecimiento económico para evitar la desarticulación de la región” argüía el analista.
Paradójicamente, uno podría pensar que las recetas básicas que cualquier financiero hubiera indicado para impulsar el crecimiento económico de un país residirían en sus propias capacidades, por ejemplo, mayor inversión en investigación y desarrollo, aumento de la productividad laboral, mejora en la calidad de la educación, etc., pero ¡oh sorpresa!, no fue así.
Por increíble que pareciera sus esperanzas recaían en lo que Donald Trump pudiera hacer al frente de los Estados Unidos y las consecuencias positivas que desencadenaría su política económica.
Su lógica se podía sintetizar de la siguiente manera; con las medidas regulatorias que impondrían a las importaciones chinas, los Estados Unidos importarían cada vez menos productos asiáticos y, por tanto, se estimularía su mercado interno.
Esto provocaría un auge económico en primera instancia en Estados Unidos y de paso salvaría a la economía europea que podría incrementar sus exportaciones hacia aquél país, en contraposición del gigante asiático.
Hoy podemos constatar que Daniel Gros estuvo muy lejos de acertar con su pronóstico.
Si bien es cierto que Donald Trump arreció la intensidad de la guerra comercial con China aumentando aranceles en muchos de sus productos, la realidad es que los norteamericanos (máximos consumidores del mundo) siguieron adquiriendo todo tipo de mercancías chinas.
Pero no solo eso, en la renegociación del TLCAN, los americanos impusieron límites claramente proteccionistas con las “normas de origen” donde obligaron a México y Canadá a dejar de ingresar demasiados componentes o productos que no fueran norteamericanos, lo cual no ayudó en nada a los europeos.
En esta ocasión el tiempo no le dio la razón a Daniel Gros, en realidad solo puso las cosas como son.
A 6 años de distancia el tan deseado resurgimiento –cual ave fénix- de Occidente nunca llegó, por el contrario, hoy el Fondo Monetario Internacional ha recortado las expectativas de crecimiento del PIB norteamericano y europeo.
Literalmente el FMI ha exhibido “el debilitamiento del consumo interno y la disminución de la inversión originada por las subidas de las tasas de interés de la Reserva Federal” en Estados Unidos.
Además, a principios de 2022 el FMI había anunciado un crecimiento para el próximo año de 1.7%, hoy lo han actualizado al valor de 1%, una clara tendencia a la baja, por otro lado, la inflación cercana al 9% tanto en Estados Unidos como en Europa representa un lastre del cual no pueden escapar.
Hoy los norteamericanos tienen el objetivo –único- de mantenerse como el poder hegemónico a costa de lo que sea, no importa si para conseguirlo tienen que sacrificar a un país o una región entera.
Si Daniel Gros volviera a reformular la pregunta de su artículo a modo de ¿quién puede salvar al Euro? encontrará seguramente la respuesta, la única que hay, la que siempre estuvo ahí…ellos mismos.
Y es que tener depositadas tus esperanzas en que vendrá alguien a salvarte suena irrisorio, y más viniendo de un analista financiero de Occidente.