Arturo Romero Garrido
Vínculos indisolubles: México-EU-Canadá
Siempre que hay reuniones de alto nivel donde asisten los líderes políticos de países que comparten una misma zona geográfica, como ha sido el caso de la reunión entre los presidentes de México, Estados Unidos y Canadá, resulta imperante analizar temas de interés colectivo que ayuden a establecer el orden y, por tanto, el equilibrio de poder en la región.
En ese sentido la búsqueda de orden y equilibrio de poder es una tarea inacabable para todos los países en el mundo.
En el caso de la relación de México con Estados Unidos la historia nos muestra los grandes cambios -en las formas y los alcances- que se han llevado a cabo con el paso de los años.
En principio nos encontramos con la confección de dos conceptos fundamentales del orden internacional totalmente opuestos; uno imperialista basado principalmente en el uso de la fuerza y la coerción, y otro conservador fundado en la creencia del respeto mutuo.
Afortunadamente para nuestro país la etapa de expansión territorial de los Estados Unidos terminó hace mucho tiempo, claro no sin antes saciar su apetito imperial apoderándose del 50% de lo que alguna vez fuera el territorio nacional.
Todo el despojo territorial se llevó a cabo a mediados del siglo XIX y aunque no se olvida ya es cosa del pasado.
Realmente considero que no podíamos haber esperado que las cosas fueran diferentes dada la relación asimétrica de poder que existía por un lado con un país como Estados Unidos que tenía las condiciones y aspiraciones de ser potencia mundial y por el otro con un México que todavía no era capaz de establecer cierto grado de estabilidad política al interior, de modo que el resultado era previsible.
Terminada la era del colonialismo territorial el siglo XX fue testigo de la integración plena del comercio (material, financiero, cultural) a nivel mundial, proceso al cual denominaron como globalización.
En México el proceso de globalización llegó a su clímax en 1994 cuando los expresidentes Carlos Salinas de Gortari, George Bush y el ex primer ministro Brian Mulroney pusieron en marcha el Tratado de Libre Comercio (TLCAN).
Muchas críticas se han vertido sobre el ex presidente de México acusándolo de haber firmado un acuerdo comercial que favorecía los intereses norteamericanos por encima de los nacionales.
Sin embargo, no se dan cuenta que el proceso de globalización alcanzaría a todos los países del mundo, que se acabarían las barreras comerciales y que los flujos financieros serían el pan de cada día.
A casi 30 años de la firma del TLCAN podemos decir que el legado que dejaron estos tres hombres a derivado en la colaboración económica más estrecha en la historia del continente americano, convirtiendo a la región en una de las más dinámicas del mundo.
Es tal la compenetración de las diferentes actividades económicas y la dependencia de las cadenas de suministro en los tres países que resulta prácticamente imposible dar marcha atrás al Tratado Comercial.
Hoy los vínculos que nos unen son indisolubles y a partir de las necesidades mutuas e intereses comunes es como deberíamos de proyectar los principios que normen las relaciones entre los tres países.
En alguna ocasión el que fuera el encargado de la política exterior de Austria, el ministro Von Metternich mencionó que:
“Los grandes axiomas de la ciencia política derivan del reconocimiento de los verdaderos intereses de todos los estados; es en el interés general donde debe encontrarse la garantía de la existencia, en tanto los intereses particulares solo tienen una importancia secundaria.”
Sé que suena un poco romántico e idealista, pero a eso deberíamos de aspirar los tres países vecinos.
En tanto que el idealismo de Metternich no se haga realidad –ojalá algún día se dé - los intereses particulares del más fuerte seguirán prevaleciendo sobre el más débil, es decir, tendremos que sobrellevar las exigencias que nos planteen.
Eso nos llevará a “aceptar” un acuerdo migratorio sobre el intercambio de cubanos, venezolanos, haitianos, etc.
El otro tema fundamental que todo mundo esperaba que se llevara a la mesa de la discusión era el referente a la política energética de México, por lo menos así lo había anticipado el primer ministro de Canadá Justin Trudeau.
En este sentido considero un éxito que el gobierno mexicano haya podido capotear las exigencias de ir a paneles (para la solución de controversias comerciales) que impulsan desde las sombras los grandes inversionistas norteamericanos y canadienses interesados en el mercado eléctrico del país.
Y no es para menos, las suculentas ganancias que pueden obtener en el sector energético son el postre del festín.